Mucho pan para los que no tienen dientes
¿Sobre oferta para un mercado exigente? ¿Falta de consciencia? o ¿Superficialidad mercantil? Las verdaderas y variadas razones por las que desperdiciamos 9,76 millones de toneladas de comida al año.
Por Yisell Espitia
Recuerdo cuando mi mamá ponía, frente a mi plato de comida, una foto de un niño somalí con inanición, para aterrorizarme y obligarme a comer todo lo que me servía porque en ese momento estaba muy baja de peso. “Si no te comes todo, te vas a poner así”, decía. Luego de un tiempo ya no tenía que volverlo a decir, solo me servía y la ponía en un lugar visible de la mesa. Años más tarde comprendí que era una tortura psicológica ya que nunca podía terminar mi plato. Pero también supe que para mi madre no solo era preocupante tener que verme así de delgada, sino también que, esa comida que sobraba, ella tendría que botarla a la basura.
El manejo industrial de la comida que pretende facilitar al consumidor la tarea de comer, la necesidad de cumplir estándares de sanidad ridículamente altos, y descartar frutas y verduras a causa de pequeñas manchas o imperfecciones para cumplir reglas absurdas de estética, ha propiciado que se desperdicien más de 95 kilos de basura por persona cada año en Europa y Estados Unidos. Esto se puede ver claramente reflejado en un estudio de la Universidad de Arizona, que dice que entre el 45% y 50% de todos los alimentos cosechados se pierden anualmente antes de ser consumidos.
Solo hace falta comparar las cifras de desperdicio de comida en zona rural y zona urbana. En la primera, las pérdidas que se reportan son a causa de plagas y enfermedades. Los campesinos de la zona andina suelen permitir que los vecinos del pueblo entren a los lotes y escarben en el suelo en busca del ‘ripio’, para autoconsumo de las familias; otros prefieren recogerlo y venderla en mercados cercanos. Es una forma clara de aprovechamiento de los productos agrícolas.
Ante tal situación, así como en el campo, en la ciudad también se están dando iniciativas importantes para no desperdiciar la comida. Algunas personas, incluso aquí en Colombia, se acercan a las plazas de mercado a recoger frutas y verduras entre lo que queda en los contenedores y se hacen a excelentes piezas para el consumo. También, algunos establecimientos, deciden por adelantado escoger las frutas que no son fáciles de vender en estantes y usarlas en barras de ensalada que se comercializarán en el mismo negocio. Alrededor del mundo, incluso se ha llegado a fundar mercados y restaurantes donde se vende alimento reciclado y recetas a partir de estos.
El problema real, entonces, no es que la tierra no produzca alimento para todos, como desde hace mucho tiempo nos han querido convencer algunas organizaciones, porque esta comida desperdiciada podría servir para cubrir las necesidades de aproximadamente 8 millones de personas. Lo cierto es que los grandes terratenientes y los monopolios de empresas alimenticias concentran grandes cantidades de alimento cosechado para la venta del mismo. Esto trae como consecuencia la sequía de los campos y la disminución en la fertilidad de ellos ya que necesitan el descanso natural o rotación después de cierto tiempo de cultivar un producto.
Cabe resaltar que hay una relación directa entre la industrialización de un país y la cantidad de alimentos que se desperdician. El afán capitalista por llevar variedad y cantidad a una demanda no tan grande es lo que ocasiona esta hecatombe y, aunque las razones que da el DANE del derroche gigantesco en Colombia, cuya cuota fue de 9,76 millones de toneladas en el 2015, son por malas prácticas en la cosecha, almacenamiento y proceso agroindustrial, es claro que desde cada uno de los hogares y el sistema de mercadeo aportan una gran cifra, si se compara con las estadísticas mundiales.
